Quienes lo vieron vestir la camiseta de la Selección de Alemania decían que Harald “Toni” Schumacher era un prodigio, un arquero nato, de esos que te ganan un partido con su mera presencia.
Y quienes compartieron camarín con él afirmaban que era un deslenguado, sin códigos, bueno para la juerga. Y él estaba orgulloso de eso.
Criado a punta de papas cocidas, sopa de papas y papas crudas, el nacido en Düren creció en el seno de una humilde familia de herreros, labor que entrelazaba con su pasatiempo favorito: el fútbol.
Harald idolatraba a Toni Turek, el primer portero de Alemania Federal y campeón del Mundo en Suiza 1954, por lo que se rebautizó con el nombre del histórico guardametas.
Schumacher soñaba con algún día repetir esas atajadas que le devolvieron a la Mannschaft la gloria deportiva que temieron perder tras los años de la Segunda Guerra Mundial. Estuvo cerca de imitar a su ídolo, ya que fue subcampeón en España 1982 y México 1986.
En 1974, con apenas 18 años, “Toni” ya era figura del Colonia. Los hinchas amaban su locura y sus espectaculares voladas, con las que fue clave para conseguir cuatro de los siete títulos que ostenta el palmarés del conjunto alemán.
Pero aquel fanfarrón de 1,86 metros, que solía llegar cerveza en mano al camarín, terminó pagando caro su gusto por hablar de más: pasó de ser considerado un héroe nacional a un traidor de la patria y el hombre más odiado del fútbol mundial.