La batalla entre el Papa Francisco y Donald Trump ya ha comenzado, tal como se preveía dado el precedente de la anterior presidencia del magnate, llena de cruces de declaraciones hostiles (el Pontífice llegó a decir en 2016 que el Mandatario no era cristiano). Esta vez arranca con un choque directo sobre la inmigración. Jorge Mario Bergoglio ha publicado este martes una insólita carta dirigida a los obispos estadounidenses “en estos delicados momentos”, que dedica exclusivamente a hablar de esta cuestión: “He seguido con atención la importante crisis que está teniendo lugar en los Estados Unidos con motivo del inicio de un programa de deportaciones masivas. La conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad”.
La misiva, escrita en inglés y español, es muy severa y con varias frases y expresiones contundentes. Habla de “muros de ignominia” y llama a los fieles a oponerse a la política migratoria de Trump, casi descrita como una perversión moral, precisamente cuando el Presidente de Estados Unidos ha divulgado este domingo una foto rezando en su despacho con un grupo de telepredicadores y cristianos ultraconservadores. El ataque del Papa pretende desautorizar precisamente esa aureola confesional y religiosa que exhibe la nueva ola reaccionaria estadounidense: “Exhorto a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados”.
Francisco afirma que una política de inmigración “no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros”. “Lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará”, advierte.
La Casa Blanca tampoco se ha andado con rodeos. El responsable de inmigración, Tom Homan, de fe católica, ha dicho en una conversación con periodistas que el Papa debería “concentrarse en la Iglesia católica” y dejar que sean los estadounidenses quienes se ocupen de sus fronteras. “¿Quiere atacarnos porque protegemos nuestras fronteras? El Vaticano tiene un muro alrededor, ¿correcto? (…) Y nosotros no podemos tener un muro alrededor de los Estados Unidos”, según la agencia italiana Ansa. Ya en 2016, cuando el Papa criticó la construcción de un muro en la frontera con México, Trump le contestó: “El Papa desearía y rezaría por que yo fuera Presidente si el Vaticano fuera atacado por el Estado Islámico”.
Las palabras del Papa no hacen más que ahondar en el enfrentamiento que mantiene, más allá de Trump, con el sector más ultraconservador de la propia Iglesia católica estadounidense. Ya en diciembre, preparando lo que venía, el Pontífice nombró como nuevo arzobispo de Washington DC al progresista Robert McElroy, muy crítico con el líder republicano y defensor de los inmigrantes. Por su parte, Trump ya adelantó que el nuevo embajador ante la Sede sería Brian Burch, una especie de antipapa, enemigo declarado del pontífice argentino, católico ultraconservador, presidente de la plataforma Catholic Vote.
La carga de Francisco es de profundidad, porque describe un escenario donde está en juego la misma democracia. Asegura que la deportación “lastima la dignidad” de las personas y eso es una cuestión que “no es menor”. “Un auténtico Estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados. El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables”, escribe.
El País