Siguen las críticas de columnistas argentinos al Presidente Fernández tras sus polémicos dichos

“Escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Y eran barcos que venían de allí, de Europa, y así construimos nuestra sociedad”.

Eso fue lo que dijo esta semana el Presidente argentino Alberto Fernández, y que ha desencadenado una serie de críticas.

En el diario La Nación de Argentina dos columnistas le dedican duras palabras al Mandatario por sus palabras. Incluso le piden que no hable nunca más.

“De no creer. Clamor universal: que Alberto no hable nunca más”, se titula la columna de Carlos Reymundo Roberts. En ella da una serie de “recomendaciones” para superar esto.

“1) Que el Presidente viaje a Brasil, en barco, y al llegar a las playas de Río, en sunguita y musculosa, diga: “Hermanos, vengo en son de amistad. Vengo a pedir perdón. Vengo a estrechar lazos. Vengo a conocer la selva”.

2) Que después vaya a México y, como prenda de reconciliación, se disfrace de azteca, baile danzas tribales y done vacunas de AstraZeneca, ya envasadas.

3) Que le prometa al pueblo argentino que en sus discursos ya no va a improvisar, para no quedar como un improvisado.

4) Que prometa también consultar Google más seguido (algo que hizo muy bien su pareja, Fabiola, al copiar de allí 20 de las 70 páginas de la tesis con la que se recibió de periodista).

5) Que jure no volver a confundir a un rockero con un Premio Nobel”, señala.

Además, Reymundo agrega que “se podrían tomar otras medidas. No invitar al país a nadie más, y si alguien quiere venir, que lo reciba otro. No sacar al Presidente de gira, y si insiste en ir, que se quede rigurosamente callado, asumiendo un mayor arte en escuchar que en decir; que se limite a entregar declaraciones por escrito, previamente supervisadas por la Academia de Historia, la Academia de Letras y la Academia del Lunfardo. Que su presencia en actos públicos sea solo testimonial, para sonreír, aplaudir, gesticular; gesticular lo justo y necesario. Que si así y todo igual se le escapa una inconveniencia, un error, no hace falta que busque enmendarlos: todos sus intentos por arreglar, vía Twitter, el estropicio que había hecho con la famosa frase lo hundieron aún más. De paso, ¿y si le prohibimos que tuitee? En serio lo digo”.

“Un Alberto que no hablara, no tuiteara y no mostrara filminas ya nos devolvería una imagen menos equívoca y más asimilable a su cargo: presidente consorte”, sentencia.

Mientras que Héctor Guyot titula su columna como “Las desventuras de un impostor”. “No es raro que un Presidente fake suelte frases fake. Pero Alberto Fernández parece dispuesto a romper todos los récords. Casi a diario, algún dicho suyo genera estupor y le causa un problema no solo a él, sino también al país que representa. Y eso sucede porque de las muchas máscaras que se pone y se quita, de los muchos papeles que asume según la escena en la que se encuentre, solo parece sentirse a sus anchas en el rol de profesor emérito que imparte su lección. Por eso se embala cada vez que abre la boca. Y la abre demasiado. Nada recomendable para un impostor”, comienza.

Además, comenta que “soberbia, ignorancia, discurso emancipado de la verdad de los hechos. Fernández no hace otra cosa que seguir la tradición de su espacio político. Es preciso tener un narcisismo rayano en la alienación para desplegar una negación de la realidad tan absoluta como la que practica el kirchnerismo. O un cinismo considerable. En este sentido, la condición de impostores iguala al Presidente y a la vice, aunque la desplieguen con estilos muy distintos”.

Guyot cierra su análisis diciendo que “el problema de Fernández es que su impostura cambia de signo como el camaleón de color. Es capaz de decir ‘Yo no soy Cristina’ y al otro día saludar con un ‘Cristina y yo somos lo mismo’ sin que la contradicción le mueva un pelo. A esta altura, es probable que ni él sepa quién es realmente. Se muestra como un presidente de personalidad vacante. Sin convicciones ni memoria. No se le puede pedir coherencia a quien se siente habilitado a decir cualquier cosa, es decir, aquello que le conviene según la circunstancia”.

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