Las pinceladas de Benito Ruiz toman condimentos de ambas dimensiones. Sus cuadros recrean con perfección objetos y momentos de la Patagonia, pero a la vez implican una resignificación de todo lo que sus ojos observan. Una construcción sobre la construcción.
Porque no basta con elevar el candado a la categoría de pintura. La tarea más basta es ser capaz de recuperar la emoción que conjugaba a aquel candado, el espíritu, si tal cosa existe, la textura de la infancia en que fue visto por primera vez.
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